Buscamos. Encontramos. Queremos más. Seguimos buscando…
Vivimos a control remoto, eternamente insatisfechos.
Para estar completos necesitamos Amor o WiFi.
Cualquiera de los dos llena el vacío por un rato, pero el
segundo entretiene más y no requiere esfuerzo de nuestra parte, por eso hay
cada vez más gente sola que tiene “un millón de amigos”.
Ante cada publicación en las redes, esperamos ansiosos la
aprobación de gente que casi ni conocemos. Disfrutamos más de los “me gusta”
obtenidos que del hecho real que produjo esa publicación.
Dejamos de mirar el paisaje con nuestros ojos. Lo vemos todo
“en vivo y en directo” a través de una pantalla.
Hablamos con los dedos. Las bocas quedan relegadas al
mecánico acto de comer.
Cuando de pronto pasa que no tenemos en teléfono como escudo
ante el amenazante mundo real, nos cuesta entablar una conversación, no
logramos sostener la mirada de quien nos habla y tampoco sabemos qué hacer con
las manos…
¿Era esto lo que soñábamos en el siglo pasado, cuando nos
hablaban de los avances de la tecnología?
¿Imaginamos que terminaríamos sumergidos en un mundo tan solitario
y extremadamente lleno de información que ya no somos capaces de procesar?
A esta velocidad… ¿cómo seremos en diez o veinte años?
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© Jenny Wasiuk
(delirios provocados por una gripe que se prolonga más de lo
aceptable)