miércoles, 17 de octubre de 2007

Instrucciones para beber un poema


Doble bien el papel,
-preferentemente manuscrito-
y colóquelo en el fondo de una taza.
Vierta sobre él sueños hirviendo
a los que habrá agregado
gotitas de rocío
y un poco de imaginación.
Deje reposar un rato
hasta que comiencen a flotar
algunas metáforas en forma de hilo flojo…
(Si es un poema de amor,
puede agregarle unas gotitas de limón
para no empalagarse;
si es de desamor,
endúlcelo para no agriarse.)
Cuando esté tibio
bébalo despacio,
pero de una sola vez.

Si siente un leve ardor en la garganta
es porque el poema
ha logrado su objetivo.

© Jenny Wasiuk

Condenada...


Condenada
a distancia perpetua de tu boca
sin recurso ni amparo,
me alego emoción violenta
y te beso
con algún poema
de vez en cuando.

© Jenny Wasiuk

Lluvia


Con el tiempo, he aprendido a guardarte bajo siete llaves en el sótano profundo de los recuerdos.
He aprendido a beber la luna, sin que tu piel se escurra entre la bruma.
He aprendido a saborear el vino en soledad, y a Cortázar, y a Neruda…
He aprendido a sobrevivir los fines de semana de asfalto y cemento, a las noches de pies fríos y al solitario mate amanecido.
He aprendido a no tener arco iris, a escarcharme la piel, a dormir sin tu boca.
He aprendido a no extrañarte, a no buscarte, a no llorarte.
Pero la lluvia…
Ah, la lluvia!!
Cuando la humedad invade salvajemente mis sentidos, bajo -inexorablemente- a las catacumbas de la memoria y te busco en la verde espesura, en los charcos espejados de silencio, en la brevedad selvática de las madrugadas.
Y siento la sal de tu cuerpo resbalando nuevamente por mis ríos.
Un tornado de sensaciones me vuela las ideas, se tensan las cuerdas y una vieja melodía se cuela por las grietas, aún abiertas, de mi coraza.
Nada impide que te reviva cada vez que llueve.
Nada...
Hasta no ver el arco iris, volvés a ser, en mi cuerpo, la otra piel.

© Jenny Wasiuk