martes, 29 de noviembre de 2011

Ruptura

Estuvimos juntas desde la infancia, no recuerdo bien el momento exacto en que llegó a mi vida, pero desde entonces fuimos inseparables.
Tuvo asistencia perfecta en cada acontecimiento: fiestas de fin de año, cumpleaños, nacimientos, despedidas… Su presencia era casi imperceptible. Pero sabía que estaba y con eso me bastaba.
Comimos y bebimos juntas, dormimos y nos levantamos juntas, fuimos de vacaciones, lloramos el primer día de clases de mi hijo y nos emocionamos cuando mi hija prometió la bandera.
En cada momento importante estuvo presente, y en la malas me ayudó a masticar la furia hasta hacerla desaparecer.
Lamentablemente los años fueron agriando su carácter. Comenzó de pronto a tener una que otra crisis, tan leves que apenas se podían apreciar. Y luego más y más seguidas hasta convertirse en grandes ataques de histeria. Estaba como poseída por varios demonios. No me dejaba dormir, no podía probar bocado, su presencia se había tornado traumática y había que hacer algo urgente, por el bien de ambas.
Luego de varias noches de insomnio, con los nervios destrozados y totalmente fuera de mí, tomé la decisión que venía postergando desde hacía mucho tiempo. Debíamos separarnos para siempre, aunque esto significara liquidarla sin remedio. Jamás pensé que llegaría a este extremo, pero mi tolerancia y mi paciencia tienen límites, y ella los sobrepasó demasiadas veces y demasiado lejos.
Sin culpas –me dije- ella se lo buscó. Es la única responsable de su final.

Ahora la miro, ensangrentada y silenciosa, tirada sobre un blanco paño. Siento una breve nostalgia. Las comidas sin ella no serán lo mismo de hoy en más, pero valió la pena! Maldita muela, que en paz descanses!

© Jenny Wasiuk