martes, 29 de noviembre de 2011

Ruptura

Estuvimos juntas desde la infancia, no recuerdo bien el momento exacto en que llegó a mi vida, pero desde entonces fuimos inseparables.
Tuvo asistencia perfecta en cada acontecimiento: fiestas de fin de año, cumpleaños, nacimientos, despedidas… Su presencia era casi imperceptible. Pero sabía que estaba y con eso me bastaba.
Comimos y bebimos juntas, dormimos y nos levantamos juntas, fuimos de vacaciones, lloramos el primer día de clases de mi hijo y nos emocionamos cuando mi hija prometió la bandera.
En cada momento importante estuvo presente, y en la malas me ayudó a masticar la furia hasta hacerla desaparecer.
Lamentablemente los años fueron agriando su carácter. Comenzó de pronto a tener una que otra crisis, tan leves que apenas se podían apreciar. Y luego más y más seguidas hasta convertirse en grandes ataques de histeria. Estaba como poseída por varios demonios. No me dejaba dormir, no podía probar bocado, su presencia se había tornado traumática y había que hacer algo urgente, por el bien de ambas.
Luego de varias noches de insomnio, con los nervios destrozados y totalmente fuera de mí, tomé la decisión que venía postergando desde hacía mucho tiempo. Debíamos separarnos para siempre, aunque esto significara liquidarla sin remedio. Jamás pensé que llegaría a este extremo, pero mi tolerancia y mi paciencia tienen límites, y ella los sobrepasó demasiadas veces y demasiado lejos.
Sin culpas –me dije- ella se lo buscó. Es la única responsable de su final.

Ahora la miro, ensangrentada y silenciosa, tirada sobre un blanco paño. Siento una breve nostalgia. Las comidas sin ella no serán lo mismo de hoy en más, pero valió la pena! Maldita muela, que en paz descanses!

© Jenny Wasiuk

jueves, 2 de junio de 2011

Hechizo




No debería confesarlo, pero…
esa luna maldita
el vino borgoñeando los sentidos
el monte acunando las ansias
y tu piel detrás de la copa
me volvieron adicta
sin remedio…

© Jenny Wasiuk

lunes, 18 de abril de 2011

El Cronopio


Leía Rayuela, sentado en la mesa de enfrente.
Fumaba tabaco negro. Escupía humo gris. Bebía cerveza rubia.
Yo hojeaba Bestiario, fumando cigarrillos rubios, bebiendo cerveza negra.
De pronto lo descubrí. Soplé humo gris hacia su mesa y seguí leyendo, como distraída.
Cerró el libro. Lo puso bajo el brazo. La botella en una mano y el vaso en otra izaron al cuerpo moreno. Se acercaron a mi mesa y sonrieron.
Nuestros humos se mezclaron.
Las palabras salieron de las bocas, copularon con la cerveza y se multiplicaron velozmente.
Luego vino la risa, como espuma.
Creció y comenzó a caerse de la mesa.
Cuando inundó el bar nos echaron.
Llenamos de espuma las calles. Resbalamos cuesta abajo, hasta el borde mismo del río. Justo frente a su casa. Encontramos más hijos de palabras flotando sobre la espuma.
Los tragamos y volvieron a reproducirse.
Entramos a su casa.
El calor nos quitó la ropa. El sudor coqueteaba con la espuma y las palabras.
Las palabras olvidaron su timidez. Se incrustaron de lleno en la boca opuesta. Circularon por el cuerpo. Bailaron en el estómago una danza primitiva y provocadora.
Bajaron hasta la entrepierna y se convirtieron en volcán.
Temblaron y rugieron cada vez más fuerte, intentando escapar.
Hicieron erupción y patinaron en sudor. Varias veces. Toda la noche.
Al amanecer sólo cenizas, colillas mal apagadas, vasos vacíos y lava por toda la casa.
Me despedí del Cronopio y emprendí la retirada, cuesta arriba.
Todavía había espuma por las calles.
Todavía quedaban palabras sin reproducirse.

Por eso vuelvo cada tanto a ese bar.
Y siempre está ahí. Con Rayuela, tabaco negro y cerveza rubia, esperando la señal.

© Jenny Wasiuk