Fui partícula.
Germiné indefensa
en el profundo cuenco
de tu vientre fecundo.
Me empapaste con amor infinito,
guiaste paciente
cada brote travieso,
y recortaste amorosa
mis espinas
hasta convertirme
en el árbol que soñaste alguna vez.
Hoy estoy de pie,
con esta sólida corteza
-casi imbatible-
y ramas colosales
que cobijan con ternura
jóvenes arbustos.
Pero el corazón…
Ah, el corazón!!
Me diste uno tan blando
que se desgarra inexorable
ante las injusticias…
Desde la selva de mis días
sólo puedo decirte:
Mamá, gracias por tus ramas…
aunque ya no cobijan como antes
y a veces siento frío…
©
Jenny Wasiuk
Octubre de 2008 – Día de la Madre